4. RÁPIDOS PARA ESCUCHAR, LENTOS PARA HABLAR Y LENTOS PARA ENOJARSE.

Bendiciones, hoy nos centraremos en un tema de mucha importancia, se trata de la prudencia y el dominio propio a la hora de hablar, escuchar y enojarnos.

Versículo del día.

Mis amados hermanos, quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse. El enojo humano no produce la rectitud que Dios desea. Santiago 1:19-20

Meta: Aprender a escuchar más y a hablar menos. Prestar más atención y ser prudente con mis palabras.

¿Alguna vez, te has preguntado cuál es la razón por la que Santiago escribe estas palabras? Muchas veces yo me he encontrado en situaciones en las que he tenido que callar y solo escuchar. Hay personas con las que te encuentras en el día que necesitan ser escuchadas, yo creo que el que sabe escuchar, adquiere sabiduría y sobre todo pone en práctica la paciencia. A veces he estado conversando con una persona y aunque he querido hablar y compartir mis ideas, he decidido escuchar, porque sé que esa persona está transmitiendo una enseñanza o porque no debería decir mis palabras en ese momento.

Ahora ese no es el único motivo por el que Santiago quiere que aprendamos esto. En ocasiones, cuando nosotros estamos desanimados y una persona nos comparte una idea o un plan que quiere realizar nosotros sin pensarlo, transmitimos aquello que llevamos dentro y hablamos de manera negativa y transmitimos desánimo a aquella persona. Además, podemos transmitir aquello que no queríamos inconscientemente porque no hemos aprendido a escuchar antes de hablar.

Proverbios 10:19. El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua.

No todo lo que piensas puedes decirlo, porque puede ser que lo que quieras transmitir no bendiga a la otra persona, es importante aprender esto; si lo que sale de tu boca no bendecirá, no aportará algo bueno a alguien mejor, no lo digas. Porque tus palabras te pueden producir muchos dolores de cabeza. En ocasiones nos comprometemos a hacer cosas que no queríamos hacer, pero fuimos rápidos para hablar y ahora no sabemos cómo resolver las cosas y tenemos que cumplir nuestras palabras. La biblia dice que Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que cierra sus labios es entendido.

Por otro lado, debemos estar prontos para escuchar. Cuantas veces he tenido que volver a hacer las cosas porque no presté atención a lo que se me dijo. Sé que no soy la única a la que le ha ido mal en un examen por no haber leído bien el enunciado, y hemos hecho lo que no se nos había pedido. Esto me pasaba muchas veces en Geografía y en Historia. Un día la maestra me llamó y me dijo, Cindy, tú tienes esta nota porque no has hecho bien el ejercicio, y me explicó lo siguiente: debes prestar más atención a lo que se te pide, porque serás evaluada por lo bien que desarrolles lo que se te pide en el enunciado; y no por cuanto conocimientos tengas del tema. A partir de ese día procuré leer bien lo que se me pedía y prestar más atención a lo que se me decía. Pues del mismo modo, debemos estar atentos a lo que Dios nos dice para que el día de la prueba podamos pasarla sin problemas. Sé rápido para escuchar y pronto para prestar atención.

Por último, Santiago nos dice que debemos ser lentos para enojarnos. La palabra de Dios nos enseña en proverbios que el necio muestra enseguida su enojo, pero el prudente pasa por alto el insulto. Cuando nosotros estamos enojados tenemos la tendencia a actuar de forma impulsiva y decimos cosas, y hacemos cosas que tal vez no queríamos hacer y luego nos arrepentimos de lo que habíamos hecho. Por eso es necesario tener dominio propio. Si estás enojado y no estás en serenidad, toma un tiempo para que tu enojo pase y luego toma tus decisiones. Si estás luchando con el enojo, puedes pedirle a Dios que te ayude a vencer esa falta de dominio propio.

Recuerda esto: sé pronto para oír, lento para hablar y lento para enojarte.

Ora.

Padre, sé que necesito trabajar en mis impulsos, ayúdame a tener dominio propio para poder vivir de la forma que te agrada y así evitarme tanto sufrimiento. Desde ahora me propongo ser prudente a la hora de hablar, a la hora de escuchar y a la hora de enojarme.

Agradece.

¿Por qué estás agradecido?

Señor, gracias, por recordarme que necesito tanto de ti, gracias por abrirme los ojos y enseñarme cómo debo de actuar y cómo debo manejar mis impulsos. Gracias a tu palabra puedo aprender a ser prudente.

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