Bendiciones, el día de hoy hablaremos de cómo la palabra de Dios se convierte en una luz que ilumina nuestros pasos.
Versículo del día: Salmos 119:105. Tu palabra es una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino.
Meta: Ser dirigidos por la palabra de Dios.
Reflexiona:
La vida es como un viaje espontáneo y complejo, muchos no sabemos qué dirección tomar, qué camino rechazar, qué paradas debemos hacer. Suceden cosas fuera de nuestro control y vivimos en un estado de incertidumbre total, porque hoy estamos bien, felices, sanos, pero no sabemos qué ocurrirá el día de mañana.
Pero nosotros somos dichosos porque tenemos una guía que nos sirve para todas las áreas de nuestras vidas, se adapta a todas las edades, a todas las circunstancias y por más cosas nuevas que aparezcan en nuestra vida, nunca deja de actualizarse.
Si te encuentras en una situación difícil y no sabes cómo dirigirte, y no sabes como proceder, te invito a orar y pedir dirección a Dios, para que a través de su palabra te ilumine y puedas obtener la sabiduría necesaria para resolver todas las cosas.
El libro de 2 de Samuel 5 nos narra la historia de cuando David fue proclamado rey de Israel, dice que empezó a gobernar a los 30 años. Al enterarse los filisteos de que David había sido ungido rey de Israel, subieron todos ellos contra él; pero David lo supo de antemano y bajó a la fortaleza. Los filisteos habían avanzado, desplegando sus fuerzas en el valle de Refayin, así que David consultó al Señor:
—¿Debo atacar a los filisteos? ¿Los entregarás en mi poder?
—Atácalos —respondió el Señor—; te aseguro que te los entregaré.
Aquí podemos ver como en una situación de guerra, David tenía el poder de gobernar a Israel, él era un soldado, ya tenía experiencia, ya había vencido muchas batallas en el tiempo que gobernaba Saúl. Ya tenía un ejército preparado, pero vemos cómo a pesar de la experiencia que tenía David, además del consejo de sus oficiales, David consultó al Señor. Y le hizo, dos preguntas:
—¿Debo atacar a los filisteos? ¿Los entregarás en mi poder?
Muchos de nosotros, cuando nos hemos encontrado en momentos de presión, de dificultad, de peligro, hemos actuado bajo nuestras experiencias pasadas y hemos acudido a un amigo, a un familiar antes de ir a Dios. Pero así como lo hizo David cuando tengamos que tomar decisiones difíciles, cuando no sepamos qué hacer, podemos ir a la palabra, pues ella será la que iluminará nuestros pasos.
David derrotó a los filisteos y alabó a Dios por la victoria que le había dado, pero los filisteos volvieron a avanzar contra David, y desplegaron sus fuerzas en el valle de Refayin, así que David volvió a consultar al Señor.
—No los ataques todavía —le respondió el Señor—; rodéalos hasta llegar a los árboles de bálsamo, y entonces atácalos por la retaguardia. Tan pronto como oigas un ruido como de pasos sobre las copas de los árboles, lánzate al ataque, pues eso quiere decir que el Señor va al frente de ti para derrotar al ejército filisteo. Así lo hizo David, tal como el Señor se lo había ordenado, y derrotó a los filisteos desde Gabaón hasta Guézer.
Otra vez, los enemigos de David volvieron a atacarlos, ya se habían enfrentado, así que posiblemente David pensó en hacer lo mismo que la vez pasada, pero David no confió en su experiencia, ni en su propia sabiduría. Si no que otra vez, fue a Dios y buscó su dirección. Las palabras de Dios son las que nos guiaran, son las que nos ayudarán a tomar la dirección correcta.
David tenía una dependencia muy grande en Dios, porque decidió no hacer nada por su propia cuenta, estaba en guerra, los filisteos los atacaban, David tenía que actuar, tenía que hacer algo, pues la victoria o la derrota estaba en sus manos. Pero él decidió poner en las manos de Dios la vida de todo el pueblo y la vida del mismo. Así que obedeció al mandato, y rodearon a los filisteos, se prepararon para ir por la retaguardia, además esperaron hasta escuchar el sonido de pasos sobre las copas de los árboles, y después atacaron a sus enemigos, porque sabían qué Dios les daría la victoria.
En otra ocasión, cuando David llegó a la ciudad de Siglac, él y sus hombres encontraron que la ciudad había sido quemada, y que sus esposas, hijos e hijas habían sido llevados cautivos. Y David y los que estaban con él se pusieron a llorar y a gritar hasta quedarse sin fuerzas. David se alarmó, pues la tropa hablaba de apedrearlo; y es que todos se sentían amargados por la pérdida de sus hijos e hijas. Pero cobró ánimo y puso su confianza en el Señor su Dios. Entonces le dijo al sacerdote Abiatar hijo de Ajimélec: —Tráeme el efod. Tan pronto como Abiatar se lo trajo, David consultó al Señor:
—¿Debo perseguir a esa banda? ¿Los voy a alcanzar? —Persíguelos —le respondió el Señor—. Vas a alcanzarlos, y rescatarás a los cautivos.
En esta ocasión David tenía una batalla que se había vuelto más personal, porque sus esposas fueron llevadas como prisioneras, los hijos, y las esposas de sus hombres también fueron llevadas prisioneras, además la ciudad estaba en ruinas, sus enemigos habían quemado todo. Muchos, tal vez, hubiesen actuado desde la ira, desde un corazón vengativo, pero David decide consultar a Dios. Esta vez sus enemigos habían atacado cuando ellos estaban en guerra, pues no había quien cuidase a sus mujeres, y sus hijos, y al llegar y no encontrarlos en la ciudad, los soldados se molestaron, lloraron hasta no poder más, era un acto de total cobardía, y muchos de ellos estaban tan amargados que David tuvo temor de ser apedreado por ellos.
Aquí vemos una de las diferencias entre David y Saúl, en que David esperaba la voz de Dios, esperaba que Dios lo direccionara en el camino correcto, mientras Saúl hacía las cosas por su propia voluntad. Cuando los soldados se empezaron a angustiar, David tuvo temor, de que lo apedrearan, así Saúl cuando estaba en guerra con los filisteos, los soldados estaban llenos de temor, los israelitas se escondían en las cuevas, en los matorrales, entre las rocas, en las zanjas y en los pozos. Algunos hebreos incluso cruzaron el Jordán para huir al territorio de Gad, en Galaad.
Y se quedó Saúl en Guilgal él y su ejército, y allí estuvo esperando siete días, según el plazo indicado por Samuel, pero este no llegaba. Como los soldados comenzaban a desbandarse, Saúl ordenó: «Tráiganme el holocausto y los sacrificios de comunión»; y él mismo ofreció el holocausto. En el momento en que Saúl terminaba de celebrar el sacrificio, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo, y lo saludó. Pero Samuel le reclamó:
—¿Qué has hecho?
Saúl había hecho lo que no era correcto delante de Dios, él ya había desobedecido la orden de Dios anteriormente de acabar con los amalecitas, y luego atacó al ejército filisteo, y cuando ellos se dispusieron a atacar a Israel, y ellos vieron cuán preparado y numeroso era su ejército, se llenaron de miedo. Entonces Saúl pidió la ayuda de Dios, pero de manera inadecuada, no esperó a que llegará el profeta Samuel, sino que él mismo Saúl hizo el sacrificio, pidiendo la intervención del Señor, pero cuando hubo terminado, en ese mismo instante, llegó el profeta.
Tanto David como Saúl se encontraron en un momento difícil, donde sus enemigos en ese momento eran más poderosos que ellos, los dos eran líderes, los dos estaban atemorizados, pero uno de ellos decidió esperar la dirección de Dios. David consultó a Jehová al igual que Saúl. Pero solo uno fue escuchado, David, estaba en el orden de Dios, David, además de rey, era profeta y sacerdote, pues su conexión con Dios, y la gracia que tenía de Dios, hacía posible que él pudiera consultar al Señor como uno de los sacerdotes. Pero Saúl, andaba en desobediencia, y él no podía ofrecer el sacrificio, pues en su corazón estaba la intención incorrecta, Saúl no era profeta. Todo lo que hacía era para agradar a los hombres.
Finalmente, podemos ver que en situaciones de peligro, de guerra, donde la desesperación es más fuerte que la confianza en Dios, podemos hacer cosas que no nos corresponde, podemos fallar con nuestros actos. Saúl había esperado ya 7 días al profeta Samuel, pero decidió hacer las cosas a su fuerza y no esperó el tiempo de Dios. David, en cambio, consultó a Dios y el Señor, le favoreció, pero no sabemos cuánto tiempo duró David esperando la dirección de Dios. Ya sean 7 días, un día, 1 hora, debemos ser pacientes y esperar la voz de Dios, porque cuando entramos en desobediencia, como Saúl, podemos ser desechados.
Sé que para muchos es difícil esperar la voz de Dios, pero si queremos obtener la victoria en todo lo que hagamos, si queremos tener el favor de Dios, debemos ser pacientes y esperar en su palabra. Porque Dios respalda aquello que ha dicho, en cambio, Dios no respalda una actitud que sea contraria a su voluntad.
No importa cuánto tardaré espera la voz de Dios, pues sus palabras traerán dirección a tus caminos, sus palabras te enseñaran todos los pasos que debes seguir, y todo lo que emprendas te saldrá bien, porque no vas solo, no vas sola, vas con el respaldo de la voz de Dios.
Ora: Señor, reconozco que sin tu dirección estoy perdida, te pido que seas mi guía en cada decisión difícil que debo tomar, ayúdame en este día a depender más de ti y que por medio de tus palabras, pueda andar por el camino correcto.
Agradece: Gracias, Señor, porque tus palabras traerán luz a mis caminos, guíame, Señor en este día por tus palabras.